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El peso de las palabras
Las palabras son las piezas de un rompecabezas
con infinitas soluciones para armar, mutan a medida que leemos y releemos un
discurso con una intención específica, siempre bajo el orden que las carga de
sentido, lo que Michael Foucault llamó «el orden clásico del lenguaje», para
saber qué decimos, cómo lo decimos. El lenguaje convertido en un artefacto,
dinámico y articulado y múltiple para poder interpretar la realidad. Pero, ¿qué pasa cuando tomamos las mismas palabras de ese
discurso y las abstraemos de ese «orden» convenido para advertir en ellas una
nueva forma de sentido?
Las palabras que habitan en una constitución
buscan establecer los derechos y deberes de los hombres que están amparados
bajo su sombra. Cada una debe ser justa y precisa, debe ser lo más exacta para
no prestarse a dobles interpretaciones. Una constitución es la guía de un país.
Pero las palabras que ahí se repiten, justas y precisas, una y otra vez, van
calando en las generaciones, en sus comportamientos, en su forma de pensar, sentir
sus calles y sus hogares.
Eddy Chacón, artista plástico venezolana, se
hizo esa pregunta, tomó las palabras de las constituciones de Venezuela desde
1811 hasta 1999 y las reorganizó desde las que más veces se repiten hasta la
que menos veces lo hacen, descubriendo curiosidades dentro del discurso legal,
silencios cuidados entre artículos y una forma más de acercarnos a su lectura.
¿Qué obtenemos de esto? A primera vista, solo
un ininteligible mar de palabras sin sentido aparente; pero, si afinamos la
vista, seremos capaces de entrever en los resquicios entre repeticiones un
nuevo hilo discursivo lleno de nuevas preguntas, pero no desde su lectura
formal como texto legal, sino desde su interpretación como objeto de arte capaz
de interpelar a quien lo enfrenta. Esto es a lo que Foucault llamó «el lenguaje
convertido en objeto», un objeto capaz de resemantizar un discurso (en este
caso, constitucional) para que pensemos si somos como somos gracias a las leyes
que nos rigen.
Al entrever lo que hay en un discurso de estas
características, le damos valor a su uso, entendemos el peso de las palabras y
nos sensibilizamos con ellas, formando, como diría Julio Ramos, un nuevo «punto
de vista ciudadano».
Alberto Sáez
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